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Cerrar los ojos

Publicado: May 23, 2016 en Zopilotadas
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Los clichés románticos de las películas enseñan que cerrar los ojos es signo de algo profundo y que requiere de mucha confianza como para hacerlo sin pensar en los párpados del otro, pues hay algo en la vulnerabilidad de cerrar los ojos que hace que el beso sea más especial, como si ser vulnerable con otra persona fuera, justamente, la prueba de la veracidad de un sentimiento, pero creo que esas son reflexiones ajenas y distantes, más próximas a la teoría que a la práctica. Cerrar los ojos, por el cliché, puede volverse un acto calculado, inclusive en un indicador, en esa señal que buscamos con los ojos entreabiertos, asegurándonos de si es que somos los únicos que besamos pensando en la mirada ajena, pero siempre con la chance de usarlo como un signo, verdadero o falso, de nuestra entrega. Sí, el romance puede ser fingido, el amor puede ser una mentira, hasta el enamoramiento o los caprichos pueden validarse como reales con gestos como este, que son sacados del folclor romántico alrededor del mundo. Y lo hacemos, lo hicimos y muchos lo seguirán haciendo porque no es malo, es algo tan normal que no tiene chances de ser especial. Los humanos tememos y calculamos, mentimos y creemos. Es parte de nosotros.

Pero luego pasa algo y resulta que tus labios encuentran a otros labios y cuando el choque ansiado se produce descubres que tus ojos están cerrados, y por un instante tu cabeza divaga en ese espacio silencioso, donde seguro está la eternidad, y tu mente se reduce a eso: a la sensación del beso, a la entrega total al presente sin pasado que importe, ni futuro que exista, solamente el momento mismo, inefable, inamovible, colmando tu ser y pensamientos, tu tiempo y existencia, tan fuerte que tus ojos no tienen otra más que cerrarse sin calcular cosa alguna, sin siquiera pensar en nada más que el goce del beso y sin ponerle nombres al sentimiento, solo dejándolo fluir en uno de esos raptos de los que tantos escritores hablaron a lo largo de los años, tratando de llenar y nombrar a todas las faltas y vacíos que habitan al humano. Cerrar los ojos, no como un gesto controlado, ni como un cliché de historia de amor, cerrar los ojos no por voluntad propia pero sí con la entrega del libre albedrío, completamente consciente que no puedes, ni quieres abrirlos, que te gusta disfrutar el instante pues sabes que lo ansiaras ni bien haya terminado y tu existencia se reducirá a la espera de la próxima vez que cierres los ojos y sientas ese choque de labios, de lenguas, de tiempos y existencias, ese vértigo de vulnerabilidad, esa emoción que mezcla al control con el poder, con la incredulidad y la entrega, flotando desnudos en lo que, de seguro, sienten los religiosos en sus catarsis ficticias y espirituales ¿Cómo no cerrar los ojos cuando siento que sus labios están cerca? ¿cómo no perderme en ese breve instante en que nada fue ni será sino que, simplemente, es y ya? No hay nombres para algo tan inenarrable y, de seguro, amor queda corto pero también queda grande. Quizá, por ahora, solo sea fluir y fluir hasta encontrar que ya no importan los nombres que le otorgues sino, simplemente, cerrar los ojos y flotar en la eternidad.