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Lágrimas. Bañado en lágrimas. Así está uno cuando termina de ver «An Adventure in Time and Space» y los créditos están pasando. Se seca uno las lágrimas, y hasta quizá un ocasional moco, y sonríe ampliamente agradeciendo, dentro suyo, a Mark Gatiss por semejante guión, a Verity Lambert por pelear encarnizadamente contra las probabilidades, a Sydney Newman por la idea que lo trajo todo, Waris Hussein por realizarlo, al necesariamente ausente David Whitaker y a Hartnell por haber sido el primero no solo en el rol, sino también el primero en amarlo. Pero si nos sinceramos, en el fondo está uno agradeciendo ser whovian.

Nunca he sido fan de Gatiss como escritor. Si bien admiro su atención a los detalles que parecen nimios,  y que discretamente y sin jamás ser dichos,  devienen en importantes (cosa muy difícil de lograr), nunca me ha gustado su manera de crear tramas obvias, muy masticadas y hasta mediocres. Creo que eso hace casi innecesario aclarar que no le guardaba fe al docudrama «An Adventure in Time and Space», especialmente desde que se anunció que estaría a cargo suyo. Lo que yo no sabía, o no recordaba mejor dicho, es que Gatiss es un whovian de la más alta cepa y que este sería, es, será su homenaje, su carta de amor al programa que solo los fanáticos, los creyentes, cachan en todas sus dimensiones. No solo por esos cameos que lo dejan a uno, al fan empedernido, con los ojos bien abiertos y una sonrisa ligera en el rostro, son también los guiños añorálgicos que se presentan; ver la consola original, atestiguar, aunque sea artificialmente, el primer viaje de la TARDIS, ver la ya mítica escena de los Daleks en Londres siendo filmada, pero creo que lo más impresionante es poder conocer a los responsables de nuestros suspiros y alegrías; Verity Lambert la primera verdadera whovian, la companion por excelencia, quien le dio al Primer Doctor lo que él nos daría a nosotros a través de 50 años de viajes temporo-espaciales: la elección de creer.

En nosotros mismos, en el Doctor, en la vida, en las regeneraciones, en quienes nos acompañan, en una ideología, una filosofía, en la mismísima nada, en la incertidumbre o en un dios. Escojan su veneno. Los whovians aprenden a creer en algo, justamente porque ya lo hacían pero, quizá, lo habían olvidado. Verity Lambert apoya a Hartnell, lo ayuda a creer, y en el trayecto Hartnell termina por ser el más creyente de un proyecto en el que pocos creyeron desde un inicio. Hartnell, como todos los fans, ama al programa y ha tocado su vida de tal forma que todo empieza a verse distinto gracias al Doctor, aun más por ser él quien lo encarna.

Pero Gatiss no se olvida de Hartnell la Persona, en su viaje para mostrarnos a Hartnell el Doctor. La Persona se revela como un viejo amargado, gruñón y hasta torpe. Un hombre que buscaba desesperado una prueba de su valor, un sentido para darse a sí mismo antes de poder estar en paz con los demás. Una Persona que lucha contra el mismísimo tiempo, para poder darle espacio al Doctor, quien se aferra a esa mescolanza entre aquellas dos naturalezas para hacerse inigualable. Hartnell el Doctor será siempre inolvidable para los whovians. Pero ahora, gracias a Gatiss y Moffat, Hartnell la Persona lo será también, si es que no lo era ya desde antes.

¿Cómo no llorar ante ese guiño, maligno si se le pregunta a un whovian, que Gatiss puso en boca de un Hartnell, quien llorando con toda su alma y mandando al diablo a la compostura, pronuncia ese «I don’t wanna go» que ya antes nos ha hecho añicos los corazones? ¿Cómo no romper en un estrepitoso llanto silente cuando Hartnell ve a Matt Smith con el rostro impreso de esa expresión infante de completo entendimiento que solo Smith puede lograr? Lagrimear cuando menos, o entender que si lloras es porque viste al fanático que eres reflejado en Hartnell y Lambert. Amar al Primer Doctor porque amó ser el primer Doctor.

A todo esto me queda hacer una advertencia tardía: esta no es una crítica. Es una felicitación, es un homenaje, es una declaración de amor, de lealtad. Es la prueba de que soy whovian.

Hartnell y Bradley