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Para la Gata Negra

No one’s got it all

Regina Spektor, Hero

If you ask me to be honest
I think we should really worked
With your obnoxious depression
And communication skills

–          Juan Son, Mermaid Sashimi

 

And the hardest part
Was letting go, not taking part
You really broke my heart

–          Coldplay, The Hardest Part

 

I survived.

I speak, I breathe,
I’m incomplete
I’m alive – hooray!
You’re wrong again
‘Cause I feel no love

–          Queens of the Stone Age, The Vampyre of Time and Memories

 

Nunca más ya podre verte

Amarga tierra de ingratitud

Por amarte y por quererte

Tronchó la muerte mi juventud

Y a extraño poder te llevarás

Mi flor de amor

–          Taki Ongoy, Último Baile

 

And it was
A leap of faith I could not take
A promise that I could not make

–          Placebo, Ashtray Heart

 

But now I have finally seen the end

And I’m not expecting you to care But I have finally seen the light

 I have finally realized
I need to love

–          Muse, Madness

        

I didn’t want to ask you, baby
I didn’t want to have to ask anybody, baby,
Is anyone asking maybe?
Can anyone even hear me?

–          The Strokes, Machu Picchu

 

Aspiró delicadamente la boquilla de la pipa, expulsando el humo a medida que invadía su boca. El contraste gris azabache del anochecer invitaba a fumar lento, con disfrute, dejándose llevar por el aroma a vainilla de aquel tabaco, como pidiéndole perdón al tiempo, a las memorias, a los sueños. Miró por la ventana al cielo rompiéndose en aquel espectáculo, escuchando de fondo Último Baile de Taki Ongoy, permitiendo que los líricos se asienten en sus pensamientos. Contaminado, arrepentido, oscuro, silente e incompleto. Así estaba X. Además de sentado frente a una ventana, con un enorme San Bernardo echado a su lado, con pipa en mano, una taza de café en el alfeizar y un chocolate que el animal veía fijamente en cada que se movía.

Puso pausa a la música. Dio más bocanadas a la pipa. Las luces de la ciudad empezaban a pintarse, el paisaje se iluminaba artificiosamente pero el aire nostálgico no se quería marchar, el velo de la noche se hacía cada vez más evidente y X sentía que estaba en el mismo anochecer de siempre, abrumado por la sensación de deja vu, convencido de que el aire lo transportaba a un día infinito que jamás se terminaba y evocaba a un encierro agradable. X se maravilló ante los gritos del silencio absoluto, pensando que ni siquiera la ciudad se atrevía romper aquella calma de anochecer, notando que hasta su respiración parecía más estridente y el infierno se desataba en sus pensamientos.

Le dio un sorbo al café, cargado y con mucha azúcar, olió y mordió su barra de chocolate y concluyó con una larga bocanada a la pipa. Las primeras estrellas se asomaban brillando coquetamente en los augurios que traía el cielo y su promesa de luna llena. Ahí apareció la gata. Dio un rodeo al San Bernardo y se posó en las faldas de X, buscando el chocolate, estirándose desvergonzada, maullando y mirando casi dulcemente, casi fijamente a los ojos de X. Acostumbrada a la presencia de X, la gata negra de ojos miel no se sabía hurtada de su hogar. O a lo mejor sí, pero no le importaba. X la trataba más que bien y había dejado que la felina se apoderase de su pequeño reino donde vivía con su San Bernardo, sus libros, sus fantasías, sus series y su soledad. La gata negra había llegado a apoderarse de la cama, de los asientos, a dejar rastros de su pelaje por doquier, el olor a sus meos se sentía especialmente fuerte en el cuarto de X y en la mini sala donde la gata negra era reina absoluta, maullando cada hora en punto, solo para recordarle a X que seguía ahí, o que se iba pero al rato volvía. A veces su miau significaba tengo hambre, otras quiero caricias, otras veces aquel solitario maullido – pues nunca había un segundo, mucho menos un tercero – era una queja que X escuchaba divertido o una risa que iluminaba al mismísimo San Bernardo. Pero siempre desde la sala. Si la gata negra maullaba, X era quién tenía que ir a ella. Tratarla como reina o ignorarla rotundamente. Aunque, a veces la gata negra cedía y marchaba a donde fuera que estuviese X. Lo miraba como con reproche y volvía a maullar ese miau de mil significados.

La gata negra se echó encima del San Bernardo. El perrazo emitió un ligero lamento desde la garganta, pero no se movió ni un ápice ya resignado a la soberanía gatuna en tierra de perros. X los observó divertido, olvidando por un momento al anochecer, y acarició la cabeza del San Bernardo, como reconociendo la escena, volviendo a sentir el deja vu, atorándose en el día infinito de nostalgias e ilusiones, frustraciones tercas que se rehusaban a marcharse, memorias vívidas de lo que sentía como una muerte. X lo sabía, lo aceptaba y hasta había llegado a necesitarlo. Era esa gata negra, era una memoria que se rehusaba a darse por muerta, X evocaba un dolor de hacía dos años atrás. Tiempo suficiente para parir una tortura impensable y ayudarla a crecer, nutrirla de rencores, lamentos, excusas, arrepentimientos y deseos furiosos, incluso ansiosos, deseos que visitaban ese solitario reino de X y le recordaban lo perdido. Una falla que encontraba un alivio superfluo en dejar a la gata negra reinar en los recovecos de aquel reino solitario.

La noche al fin reinaba absoluta. De afuera se escuchaban aullidos y ladridos de callejeros. La gata negra maulló y se subió a las faldas de X, quien no sabía si la felina buscaba caricias o comida. La gata negra ronroneó al sentir el toque brusco de X en su pelaje y comenzó a estirarse, cerrando los ojos complacida. X continuó acariciándola, automático, rutinario, deseoso. «¿Deseoso?» resonó en su cabeza, mientras la gata negra se relamía con los ojos cerrados ¿era todo eso, que se arremolinaba en su cuerpo, un deseo o un recuerdo? Podía ser posible que sus ojos lo engañasen, pero ¿acaso la patita de la gata negra se había transformado en una sensual pierna humana de piel canela?

X, de pura sorpresa, derrumbó la taza de café sobre su alfombra. A la pipa humeante la apretaba con su mano izquierda y encima suyo algo pasaba, algo que le despertaba los sentidos y engendraba una mano traviesa que se movía por un pelaje que ya no era pelaje. X no quiso mirar. Sintió que la gata negra era más grande, palpó una piel suave y sedosa, reconoció formas poco gatunas entre sus dedos y hasta la olió. De los vericuetos de su memoria, o tal vez de las profundidades de su anhelo, incluso podía ser que fueran las venganzas de sus frustraciones quienes se encargaban de convertir el olor del café derramado en la alfombra, el chocolate a medio comer, el humo de vainilla disolviéndose en el aire, o inclusive los meos felinos en una suerte de olor a vino tinto. ¿Debía X abrir los ojos? ¿Estaba listo para que la fuerza de lo que sea que pasaba lo aplastase con tantas cosas evidentes?

X separó los párpados lentamente. Se quedó mirando la luna llena prometida por un rato. Lloraba. Movía su mano ansiosa, manteniendo las caricias sin parar. Pero lloraba cuanto podía antes de tener que enfrentar lo que creía que iba a mirar. «X» dijo una voz suave y grave pero muy femenina, o quizá «X» aullaron sus ideas desaforadas, o acaso eran sus manos tembleques. Algo gritaba «X».

X miró abajo como un ateo presenciando un milagro. Una femenina figura espléndida ronroneaba en su regazo. Desnuda, flaquita, echada sobre su estómago, todita color canela, excepto en el pelo negro y los ojos que, por mucho que X no los veía, él sabía que eran ligeramente claros, propensos al brillo, redondos, grandes y egipcios. Pero ella miraba hacia abajo y movía sus pequeños pies sobre sus muslos poderosos como bisagras, lentamente y como acompasando las caricias de X en su espalda. Sus nalgas, redondas e ideales, se balanceaban ligeramente ante cada compás, cada caricia arqueaba el cuerpo de la muchacha color canela haciendo que sus pequeños bultos en el pecho se presionasen jugosamente contra el jean de X, forzándola a mover la cabeza como perdida y complacida. X reconoció aquella piel y su toque se volvió ansioso, desesperado habría dicho algún testigo casual, o triste habrían testificado observadores más cuidadosos. Pero no X, quien sentía volverse loco a medida que tocaba más y más a la muchacha color canela, sudando ligeramente mientras la sangre se concentraba en un solo punto de su fisiología y en sus pensamientos se manifestaban las lujurias más concupiscentes, los deseos más básicos y las necesidades más obvias. X se sabía engañado por un cerebro solitario, X se sabía víctima de algún dios cruel y bromista, X se supo un terco reincidente, drogadicto de su propio anhelo y dealer de su más jodido veneno. La muchacha color canela gemía del mismo modo que gime uno al comer algo delicioso, la muchacha color canela se acariciaba el cuello con una mano y pasaba la otra entre su pelo negro. El olor a vino tinto embriaga a X, los ruidos de la calle parecían lejanos. Su reino nunca se había sentido tan vasto y solitario.

La muchacha color canela se dio la vuelta. Sus ojos egipcios se posaron en X casi rendidos, casi eróticos, un poco tiernos, y X se quedó fijo en esos labios con forma de corazón, húmedos y listos para ser mordidos y saboreados. Entonces notó que los pezones de la muchacha color canela lo miraban fijamente y les devolvió la mirada como a viejos amigos, como si de alguna forma los hubiera conocido de toda la vida, los palpó consciente de que la sangre se concentraba más y más, notando el peligro de una explosión como única consecuencia lógica a tanto deseo.

La muchacha color canela se levantó y se sentó en el alfeizar de la ventana. X se acomodó los pantalones y respiró profundamente, puso stop a la música, retrocedió unas cuantas canciones y puso play nuevamente. Inmediatamente sonó un piano y una hermosa voz femenina: «He never ever saw it coming at all«. Supo que necesitaba hablar. Pero igual guardó silencio por un rato. Un rato muy largo.

–  ¿Cómoda? – preguntó repentinamente mientras su radio escupía de sus parlantes un: “Field trip to the chocolate factory/Field trip to the slaughter house/Field trip to darkest places/You can hold up in your mind/Your philosophy, your poetry/You beautiful scum back/Even though you don’t have feelings/I’m obsessed with you right now” – Claro que estás cómoda. De eso se trató todo al final ¿no? De que estuvieses cómoda. Con tu vida, con tus conformismos, con las limitaciones. Conmigo, con él, con quien sea tenías que estar cómoda hasta que ya no lo estabas y, cómo podía saber yo que, te escabullías. – la muchacha color canela cruzó las piernas –  «Al diablo con X, qué importan sus anhelos, o las cosas que me dice, y las que yo dije aun peor.» – X apretaba la pipa con furia en una mano, y posaba la otra sobre las piernas de la muchacha color canela. Dentro suyo lo recorría un escalofrío, un nerviosismo de virgen que le quitaba el aliento – ¿No me aseguraste que tú también? Lo recuerdo bien, lo he recordado mucho. Lo dijiste frente a una verja negra como tu gata, a las seis de la mañana, mientras regresábamos de una noche intensa y espléndida. – el silencio reinó el cuarto mientras la muchacha color canela lo miraba fijamente casi triste, casi soberbia – Y luego te narré mis sueños, te dije mi nombre, te conté quien era. Te hice mi reina. – la muchacha color canela puso sus manos sobre la mano traviesa de X, sonriéndole tímidamente con la mirada – Me dejé llevar por la fe en tu Palabra, por un rato dejé de lado a la nada y te convertí en todo, me preparé para una corta eternidad a tu lado y fui feliz.  Aun desde mi insistente soledad, mi especial forma de ser, pese a mis constantes pedos mentales y mi empeño en la autodestrucción creí, por un segundo, que eso temblaría ante aquello que íbamos a construir. – en las bocinas resonó: “Everything I know is wrong/Everything I do, it’s just comes undone/And everything is torn apart” – Y ni siquiera días después, horas después machucaste eso. Cortaste de plano todo anhelo, sueño, deseo. Whatever. La cosa es que lo mataste. Me mataste.

>> Y claro, después me buscaste como si nada. – la mano exploradora de X acariciaba, la muchacha color canela cerraba los ojos como animalito cuando le rascan detrás de las orejas – “Amigo” me llamaste, con vergüenza en tu voz, con culpa mientras me mirabas y yo te evité.  Me preguntabas «¿Por qué te alejas?», y yo resoplaba furioso, como si no supieses. – X guardó un corto silencio. La muchacha color canela lo miraba casi fijamente, casi preocupadamente. X aun sostenía la pipa, y con la otra mano se frotaba el rostro. – Me escondí en mis tugurios, en otros senos, más grandes y más nefastos, huía de ti refugiándome en todo lugar en que las sensaciones le ganaban a los sentimientos y a toda costa busqué perderte de mi vida – y la música dijo: “Si el capricho de la suerte/Me deparó tan triste fin/Para mí la misma muerte/Será mi hermoso verde jardín/Allí brotará, mi pobre amor/Blanco jazmín.” -, y logré volverte ausente. Te dejé en paz con tus perros falderos, con tus laberintos, con tus tatuajes, tus terapias, con tus chocolates europeos, tu música de Daniel Johnston, Tarafs de Hadiouks y Avenge Seafold, me alejé de ti, de Dalí y Hunter Thompson. Te olvidé recordándote cada día. Me forcé a sentir cosas parecidas por otras, pero nunca iguales. Me colé en tu casa cuando sabía que no estabas y te robé a tu gata para tener con que recordarte, pero también para vengarme, lastimarte, sentir que algo te dolía como todo me había dolido a mí.

>>Por dos años. Sí. Fueron dos jodidos años los que he estado invirtiendo en olvidar aquel domingo en que me dejaste. – la luna brillaba en la piel canela de la muchacha, su cuerpo desnudo, su elegancia, su mirada le parecían a X divinos, dolorosos, estrepitosos – Y yo alimenté rencores y rencores, porque yo lo sabía querida, yo estaba seguro de que tú y yo – y en lo parlantes resonó “You were alone before we met/No more folorn than one could get/How could we know/We had found treasure/How sinister and how correct.” – estábamos en lo correcto mientras nos duró el sueño. Tú y yo podríamos haber sido como Beren y Luthién.

>>No te culpo. Ya no. – X relajó el tenso cuerpo, dejó que su mirada lo hiciese vulnerable – Hace un mes que me ayudaron a ver que no fuiste solo tú quien me dejó, fui también yo quien me rendí. Deje de lado la insistencia y la lucha, empecinado en victimizarme, en sentirme dolido y tratar de culparte del desastre de nuestros sueños – dijo mientras pensaba “mis sueños” – rotos. Y luego de dos años noté que necesitaba olvidarte, que quizá nunca te superaría pero que ya era hora de hacerlo. – X calló, y en su silencio notó que la música ya no decía nada – Pero tú fuiste la primera a quien le dediqué ese sentimiento innombrable. Y ni siquiera fue completo, ni siquiera pude dártelo todo y me quedé con tanto para ti dentro mío, que siento que no alcancé a darte casi nada. Porque yo fui un cobarde – admitió al fin –, porque tú también lo fuiste. Tal vez porque me engañaste, o me engañé yo solito. Puta mierda, no sé. Quisiera saber. Preguntarte – continuó X sintiendo la pena y la frustración ganándole en el pecho, pesados sentimientos que le recordaban que a veces es mejor el olvido que perdona al olvido que resiente – hasta que punto fueron reales los besos y todo eso. ¿Te arrepientes? ¿Ya nos olvidó el tiempo? ¿Habrá un mañana? ¿Será que alguna otra me acepte como tú lo hiciste en un principio? – la muchacha color canela lo miró casi enamorada, casi culposa – Responde por favor – rogó X – Dímelo, de una vez explícamelo todo.

– Miau.

Un lengüetazo canino en su mano sacó a X de su monólogo. El reloj en el aparato de música decía que eran las doce, su reloj de pulsera indicaba que eran las veintitrés en punto. La gata negra, sentada en el alfeizar de la ventana, miraba a X casi tiernamente, casi fijamente cuando dio su único maullido de cada hora en punto. X acarició al San Bernardo, agradecido y preguntándose qué significaba aquel miau. Aspiró el olor a café que llegaba de la alfombra, vació el tabaco chamuscado al cenicero, mascó el chocolate, puso stop a la música, se incorporó y se estiró mientras la gata negra y el San Bernardo miraban fijamente sus movimientos, contempló a la noche una vez más, y bajó a la cocina para preparar comida para ambos animales.