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Lyn May

 

Pocos se detienen a pensar en qué dicen los liricos de ciertas canciones. No tengo la menor duda que todos, alguna vez, hemos incurrido en el error de movernos al ritmo que se nos ofrece sin reparar en las palabras que se nos dicen. Como en la estupenda canción de Plastilina Mosh, Mr. P Mosh, que no solo gusta por su ritmo contagioso y divertido, plagado de efectos electrónicos simples y una percusión constante, fuerte y atrapante, sino que termina por convencernos con frases aisladas que suenan divertidas, aun más cuando se ha visto el video donde Alejandro Rosso y Jonás Gonzales se burlan de la vida del mujeriego rodeándose de personas cuya estética posee los elementos de la mujeres “hot”, pero que da más una impresión de un grotesco maravillosamente logrado.

¿En qué palabras nos sumerge esta tragicomedica canción? En el Pachuco King, por ejemplo. Esa figura de la estética de antaño, que nos invita a pensar en un conquistador, un mujeriego de esas épocas antiguas donde el hombre elegante bien podía ser un gangster peliculesco cuyos crímenes horrorosos no se notan detrás de esos trapos amplios y elegantes, de ese traje zoot que de seguro le costó un montón, y que bien lo valía según los mercaderes que lo proclamaban como una gran carnada para atrapar mujeres por su solo estilacho deslumbrante. No olvidemos que un famoso ávido de estos trajes era la Máscara, personaje interpretado por Jim Carrey en la película de 1994, quién era, en esencia, un personaje de mucho estilo, un Casanova caricaturizado.

A este mister P. Mosh se nos lo presenta autoproclamándose el Pachuco King a una señorPachucoita linda (la demasiado moldeada Lyn May, famosa actriz del cine de ficheras de los años setenta), prometiendo un carrazo brillante o luminoso, así como la capacidad de decir las cosas más lindas. Se confiesa un habitante de la noche y sus excesos, que se pasea por ella exprimiéndola hasta los últimos jugos, viviendo no en la vida misma, sino muy cerca a ella, como si vivir para este míster P. Mosh fuese algo más oscuro que para el resto de nosotros mortales, quienes lo miramos y empezamos a envidiarlo ¿Qué varón no desea ser el Casanova del carrazo, las palabras precisas, conocedor profundo de la noche? Y aun peor, este P. Mosh es quien puede mantener soñando a sus presas, dejarlas colgadas en el éxtasis de la incertidumbre, dándoles de beber su sangre para mantenerlas dormidas. Ni más ni menos que anestesiar con la pura esencia de uno ¿Podrá haber mejor lubricante social?

Y, cuando uno menos se lo espera, se está pintando en una posición encima a su presa, juzgándola merecedora de un castigo y, de repente, se está anunciando como el verdugo de los sueños de las señoritas lindas ¿no es un buen Casanova quién invita a soñar, pero no permite que la conquistada duerma? ¿No que Giacomo Casanova disfrutaba creando, o metiéndose, en escenarios complicados? ¿Acaso no nos invita a soñar la imposibilidad? ¿Quién de entre nosotros no estiraría la mano para acariciar un sueño en carne viva?

Pero la verdadera esencia del míster llega con sus advertencias. De alguna manera este perfecto Casanova se delata nefasto, dañino e, incluso, mortífero per0o en ningún momento se pinta como el villano. El machismo ensalza al mujeriego como un hombre muy capaz de ser feliz repartiendo corazones rotos entre la muchachada de jovencitas ilusas. Aplaudido y endiosado, todos los hombres quieren ser, por lo menos una vez en su vida, ese nefasto ser, para las mujeres, que se olvida de toda regla y consigue a la mujer que desea siempre, haciendo parecer a la hazaña como una cosa fácil y rutinaria. Los hombres somos simples en ese sentido, nos gusta saber quien orina más lejos, y adoramos que se difunda cuando resulta ser uno quién se ha levantando por encima de todos los demás que intentaban averiguar a qué lejanías alcanzaba su chorro de orines.

P. Mosh es diferente. Él se atreve a advertir, y con ello a generar más de ese sensual y peligroso misterio que plaga su atractivo. Él le dice a la señorita linda que no lo mire a los ojos donde no hallará la confirmación a todos los sueños que le promete, a las palabras romanticonas que le vende para comprarla. En un arrebato de sinceridad denuncia a sus palabras como vacías, se expone como un arquitecto de sueños suicidas. “Yo soy tu infierno” sentencia dos veces antes de que otro personaje tome palabra y se presente como el verbo del lenguaje del amor (hazaña admirable por sus solas significancias poéticas), el antiguo Pachuco King hasta que todo terminó por la llegada Mr P Mosh y su implacable táctica de Don Juan.

¿Por qué no? Se nos muestra a este Mr. P Mosh como un ser del que tranquilamente podría hablarse como sobrenatural. Él es la gran moda que ilumina al presente, ese ser inquebrantable que ni respirar necesita. Ese ente imposible de encontrar, a menos que sea él quien te busque, aquel cuyo solo contacto causaría la grave consecuencia de quemaduras asesinas que marcarían a la señorita linda de por vida. En suma, el tal míster este, es uno de esos dioses de la conquista amorosa, el don Juan perfeccionado que todo lo puede, que con todas logra y todas lo saben.

Quizá eso hace sorpresivo el vuelco en el discurso de Mr. P. Mosh de advertencias a confesionario, cuando es este mismo míster quién admite que ya no quiere ser así. ¿Podemos llamar enamorado a hjgjquién dice algo tan fuerte como “quiero estar junto a ti»? ¿No es el romántico más grande quien renuncia al excusable egoísmo del enamoramiento, y acepta su destino como el rey de un camino solitario y hedonista que todos desean transitar? “Solo véanme pasar, no me imiten es mortal. No me busquen o si no su calavera va a llegar.”, se lamenta el míster retornando a las advertencias, solo para verse respondido por un coro de advertidas tontitas que se mueren por conocerlo y entregarse a la muerte chiquita que reparte el Casanova P. Mosh.

 

¿Son los liricos de esta canción de Plastilina Mosh la tragicomedia del Casanova que no desea serlo? ¿Es el monólogo de un amargado con su inevitable destino que otros envidiarían con encono? Sí, en mi opinión. Es el lamento de alguien que muchos hombres, si no todos, desean ser. Ahí está la genialidad de estos liricos, del vídeo mismo con su estética grotesca y sus mujeres con manzana de Adán (amén de Lyn May, y su rostro con el que nadie quisiera despertar): burlarse de los deseos neuróticos de los competitivos hombres, quienes sueñan con ser mujeriegos y envidian a Mr. P. Mosh, que todo eso le sale natural y con facilidad y quién, irónicamente, ya no quiere ser así.

 

Mr P Mosh